La tecnología y la educación: una dosis de
realismo
Una visión más pragmática se impone en la
aplicación al aula de medios digitales
FRANCESC PEDRÓ 21/11/2011
En educación existen dos puntos de
vista extremos con respecto al uso de la tecnología. Por una parte, están sus
defensores a ultranza, a quienes se ha dado en llamar evangelistas, y que recuerdan
que una integración óptima de la tecnología permitiría cambiar el paradigma de
la educación escolar, centrándolo mucho más en la actividad del alumno. Por
otra parte, también hay voces que sostienen que la tecnología no es ni más ni
menos que una fuente de entretenimiento que no hace más que distraer a los
alumnos, y a sus docentes, de lo sustancial: aprender cosas serias.
Curiosamente,
ninguna de estas dos perspectivas parece responder a las preguntas que un
profesional de la docencia generalmente se hace y que básicamente tienen que
ver con la mejora de las prácticas de enseñanza y aprendizaje, y de los
resultados educativos. Por esta razón, comienza a cobrar fuerza una nueva
visión centrada en el realismo: ¿Servirán estas soluciones a "docentes como
yo", es decir, a profesionales que ni pretenden ser paladines de la
tecnología ni tampoco acérrimos protectores de la pizarra, sino sencillamente
buenos docentes?
A
estas alturas no debería ser necesario recordar las razones por las que cabría
esperar que la tecnología tuviera ya una mayor presencia en las aulas. Para
empezar, las hay relacionadas con los cambios en las demandas de los mercados
laborales; de hecho, sabemos a ciencia cierta que la mayor parte de los alumnos
que hoy están en las aulas de la ESO tendrán trabajos en los que la tecnología
y el conocimiento tecnológico serán capitales. En segundo lugar, está la
cuestión de la brecha digital. Ahí la escuela sigue siendo un bastión muy
importante. En tercer lugar hay que recordar una vez más el flaco favor que
conceptos como el de nativos digitales hacen a la educación al presuponer,
erróneamente como se ha demostrado de forma empírica en multitud de ocasiones,
que por el mero hecho de ser diestros en el manejo de determinados
dispositivos, aplicaciones o servicios son automáticamente maduros en términos
de competencias requeridas y de valores y usos responsables de la tecnología.
¿Dónde, si no es en la escuela, se puede aprender a manejar responsablemente la
información y a transformarla en conocimiento? ¿Dónde se puede aprender a
cooperar y a no plagiar?
En
todo caso, es innegable que las tecnologías digitales forman parte indisociable
del paisaje escolar: el 93% de los alumnos de 15 años de la OCDE asisten a una
escuela en la que cuentan con acceso a un ordenador y prácticamente el mismo
porcentaje (92,6%) dispone igualmente de acceso a Internet. España se
encuentra, en este sentido, ligeramente por debajo de la media (90%), pero
ciertamente con una cifra nada despreciable.
Pese
a todo, cuando se examinan con detalle los datos acerca de los usos escolares
de la tecnología emerge una imagen extremadamente compleja. Por una parte, el
porcentaje de alumnos de 15 años de edad en los países de la OCDE que usa como
mínimo 60 minutos a la semana el ordenador en el aula es siempre inferior al 4%
en todos ellos y apenas alcanza el 1,7% en el caso del área de matemáticas. Y
son estos mismos alumnos los que, en un 50%, utilizan prácticamente a diario la
tecnología para realizar sus tareas escolares... en casa. Por otra parte, más
del 75% de los docentes utiliza casi diariamente el ordenador para la
preparación de sus clases o para la realización de tareas administrativas, por
no hablar de los usos privados, cuando apenas se sirve de él en el aula.
De
esta realidad tan compleja hay quien hace lecturas extremadamente simplistas,
ya sea para denigrar las inversiones realizadas o, lisa y llanamente, para
enviar un mensaje de desconfianza hacia la escuela y los docentes, a quienes se
les exige un esfuerzo titánico de cambio de paradigma. Sin embargo, la
complejidad de los datos exige una buena dosis de realismo: lo que funciona en
tecnología y educación son aquellas soluciones que permiten llevar a cabo el
trabajo escolar de forma más eficiente. Esto explica por qué, por ejemplo, los
alumnos utilizan masivamente la tecnología para sus trabajos escolares, aunque
siendo, como muchos son, huérfanos digitales de cualquier tipo de influencia
educativa sobre esta materia, confundan eficiencia con plagio o prescindan de cualquier
esfuerzo de procesamiento crítico de la información -razón de más para insistir
de nuevo en la importancia de la escuela en este ámbito-.
Y
esta misma búsqueda de la eficiencia explica también por qué los docentes
encuentran óptimas las soluciones que la tecnología les ofrece para preparar
sus clases o presentar mejor los contenidos en el aula, pero no todavía para
cambiar sus formas de enseñanza. Muy probablemente las soluciones tecnológicas
que se proponen no son suficientemente convincentes para la gran mayoría de
"docentes como yo", probablemente porque el esfuerzo que exige su
adopción no parece suficientemente recompensado, ni por el sistema en forma de
incentivos para la carrera profesional, ni por los resultados obtenidos, ya que
la forma y los contenidos de lo que hoy se evalúa no se corresponden todavía
con las expectativas y las necesidades de la sociedad y de la economía del
conocimiento.
Los
datos sobre la intensidad y la variedad de los usos de la tecnología en el aula
no transmiten la imagen que tal vez cabría esperar de la escuela de la sociedad
del conocimiento. El análisis de las buenas prácticas en materia de tecnología
y escuela muestra que uno de los factores más importantes es el maridaje entre
el compromiso profesional docente, con un marco institucional favorable y un
liderazgo escolar que le apoye. Si realmente se desea que las buenas prácticas
se generalicen, el sistema escolar en su conjunto debe ser permeable a la
innovación sistémica; es decir, debe contar con herramientas que permitan
examinar con realismo en qué tareas o para qué problemas docentes pueden
existir soluciones tecnológicas apropiadas, que mejoren la eficiencia del
trabajo escolar o, sencillamente, que lo hagan aún más interesante.
Puede
que la tan deseable revolución en el paradigma de la educación escolar todavía
tarde en llegar, pero la escuela y muchos docentes, lo mismo que los alumnos,
se están moviendo: han depositado su confianza en unas soluciones tecnológicas
que les permiten trabajar de forma más eficiente. Y, en el caso docente, este
trabajo consiste hoy en buscar fórmulas que permitan que los alumnos aprendan
más, mejor y, probablemente, distinto.
Francesc Pedró es jefe de la
Oficina de Tecnologías de Información y la Comunicación de la Unesco. Es autor
del documento básico que presentará en la Semana Monográfica de la Educación de
la Fundación Santillana, que se celebra en Madrid entre los próximos días 21 y
25 de noviembre bajo el título La educación en la sociedad del conocimiento.
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